Este miércoles la ciudad se ha despertado aturdida con la muerte de un hombre que anoche fue acuchillado mientras andaba en bici en uno de los barrios más nobles de Rio, la Laguna Rodrigo de Freitas. Jaime Gold no ha sido la primera víctima, pero desafortunadamente ha sido la primera víctima fatal en la zona.
En los últimos meses aquí se nota el desenfrenado aumento de la violencia urbana - incluidos en las estadísticas los asaltos con cuchillo. Tras un breve periodo de cuento de hadas, cuando se pensaba que íbamos a vivir más seguros y que sería posible en fin disfrutar de lo maravillosa que era esta ciudad, las brujas salen de sus casas de nuevo a asombrar con una tremenda ola de barbaridades. Tiroteos, asaltos, "cracolândias", el regreso de narcos a sus comunidades y la guerra sin fin entre la policía y los bandidos.
Sucede que la ilusión creada con la implementación de las UPP’s en las favelas llegó al final. Si arreglaron a corto plazo problemas más graves que el narcotráfico generaba pues está claro que no arreglarán a largo plazo los problemas que alimentan las raíces de la pobreza y la desigualdad social. Ni las Fuerzas Armadas -como piensan algunos- ni los programas de ayuda populista de la izquierda podrán acabar con todo el mal que se genera en un país que tiene la corrupción en los pilares de su sistema.
La muerte de Jaime Gold no es más traumática ni más importante que las demás, pero representa como ninguna otra el fracaso de las políticas públicas en su intento de convertir Rio de Janeiro en una Nueva York sudamericana. Las obras, el maquillaje, los grandes eventos que ahora abriga la ciudad la vuelven todavía más cruel y parajójica. ¿Para qué tantas aparientes inversiones si uno es asesinado estúpidamente por una bici? Si no tenemos el sencillo derecho de nos desplazarnos entre la casa y el trabajo sin que ocurran tragedias a diario. Si no tenemos lo básico funcionando en hospitales y si la movilidad es un auténtico desastre con su transporte malo y deficiente.
Me hubiera gustado publicar notas siempre optimistas. Me hubiera gustado decir que por fin me da gusto vivir aquí y que las cosas ya no son horribles como antes. Pero no, todo lo contrario. Qué desgracia ser testigo de tanta desesperanza y qué desilusión el sentimiento que seremos eternos rehenes de la violencia y del caos social. Jaime Gold era cardiólogo y ha dejado dos hijos jóvenes. Seguramente habrá salvado vidas pero desgraciadamente no ha podido mantener la suya. Que Dios bendiga su alma.
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